“Todo lo que somos es resultado de lo que hemos pensado; está fundado en nuestros pensamientos y está hecho de nuestros pensamientos”.
-Buda-

Una de las metas que el sistema educativo siempre se ha propuesto alcanzar es formar personas con un pensamiento crítico. A través de distintas estrategias y herramientas, se busca lograrlo. Sin embargo, las estadísticas arrojan datos distintos. No tenemos que irnos tan lejos: en
México, los estudiantes de educación básica muestran una tendencia deficiente en aspectos de comprensión lectora, localización de información, habilidades matemáticas y en la dimensión ética. Así lo comprueba la Evaluación diagnóstica del aprendizaje de las y los alumnos de educación básica de 2022 a 2023 realizada por Mejoredu.

Es evidente que el problema debe atacarse con estrategias más fuertes y sólidas para mejorar el nivel de educación, pero ¿qué sucede con la manera en que se está concibiendo al pensamiento crítico en la educación básica? En mi opinión, las escuelas están haciendo del pensamiento algo frío y ajeno a las futuras generaciones, limitándolo a actividades esporádicas como la memorización, la acumulación de información, la valorización de la precisión sobre el razonamiento y a evaluaciones estandarizadas. Tristemente, el pensamiento en la educación suele acotarse a habilidades meramente productivas dentro del aula, con el fin de obtener una calificación y, por tanto, su riqueza se ve opacada.

¿Qué pasaría si transformáramos la carga que tiene esta palabra dentro de las aulas? El filósofo Ludwig Wittgenstein responde en un aforismo brillante: “los límites de mi lenguaje son los límites de mi mundo” (2019,105). Al ampliar el significado de una palabra podemos a su vez ampliar nuestro mundo de sentido, dándole paso a nuevas maneras de interpretar lo que creemos.

Algo así se propone en este blog: incentivar a los estudiantes a apropiarse más bien de una actitud crítica. Con ello no quiero decir que el pensamiento se oponga a los actos que efectuamos, al contrario, las actitudes siempre son impulsadas por un pensamiento. Sin embargo, el cambio de la palabra surge con el propósito de concebir de manera más emocionante e íntima a este “pensamiento crítico” que tanto es elogiado y deseado por la educación. Hablar de una “actitud crítica” en las aulas se referiría a una disposición del ánimo por involucrarse con el
conocimiento, con el aprendizaje y las enseñanzas.

Ante todo, la actitud crítica es una actitud pasional e interesada por aprender, y por tanto responsabilidad tanto del docente como del alumno, pues para cambiar el mundo mediante el pensamiento, debe iniciarse por cambiar el propio. Por ello, se trata ante todo de una actitud de
curiosidad, emocionada por saber por el hecho de saber; la actitud crítica como un fin en sí mismo.

No es casualidad que la actitud crítica se manifieste tan comúnmente en la pregunta: ella representa la sed por saber más de lo planteado, la curiosidad por saber el porqué de las cosas. La pregunta como incentiva de una mente crítica significa estar dispuesto a cambiar el orden de las
cosas, y por tanto la búsqueda de transformar el mundo; así, preguntar se convierte en el motor más importante de la actitud crítica, pues ésta pretende jugar con lo establecido para traer algo nuevo.

En este pequeño blog, invitamos a las y los alumnos a preguntar, y a los docentes a recibir las preguntas no sólo con entusiasmo, sino también con seriedad: todas las preguntas, por distintas que sean, sobre los temas que sean, significan un esfuerzo de transformación de los alumnos. Si
la actitud crítica no se viera reducida a una habilidad académica, un simple medio, entonces se revelaría como lo que en realidad es: un estilo de vida para formar mentes brillantes.

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