No debiera parecer extraño que la base de una buena educación sea el pensamiento crítico. Aún así, lo es. Porque las experiencias estudiantiles pocas veces reflejan o incorporan la posibilidad de pensar críticamente. Esto se vuelve evidente cuando en documentos como la evaluación diagnóstica de Mejoredu,  se afirma explícitamente que las y los estudiantes idealmente son “sujetos políticos, éticos y de derechos, con capacidad para participar de manera organizada, crítica y corresponsable en acciones colectivas” (p. 16), muestran un nivel deficiente en sus resultados, incluyendo la evaluación de lectura.

Claro, no podemos descartar que los métodos de evaluación no den una visión total del problema —así sucede con este tipo de estudios; aún así, los resultados muestran una tendencia contraria a los esfuerzos educativos. La culpa no radica en un grupo en particular como padres y madres, estudiantes o docentes, puesto que es extremadamente complejo, desde salarios hasta acceso educativo. Pero lo importante es que hay un problema, e ignorarlo perpetúa su crecimiento.

Por consiguiente, es bastante común tener una idea poco clara acerca qué es el pensamiento crítico, pero ese es el tema de pensar críticamente: nunca se puede definir con exactitud, porque siempre se encuentra en cuestionamiento. Sin embargo, hay algo que me parece muy
importante aclarar: aunque para tener pensamiento crítico es importante tener un buen nivel de lectura y, como lo llama Regina, una “disposición al ánimo”, esto depende de algo anterior. Y por más que suene bonito, el espíritu humano no me parece una respuesta satisfactoria.

Para no alejarme del tema educativo, me gustaría invitar a reflexionar acerca del pensamiento. Y uso la palabra “reflexión” porque es un movimiento del cuerpo: cuando reflexionamos, damos vuelta a la cabeza, y volvemos a lo que teníamos en mente como algo que primero fue obvio: ¿Por qué el estudiante debe responder al profesor? ¿Por qué no se debe hablar con otro estudiante? ¿Por qué se debe trabajar a solas?

Aunque pudiera parecer obvio, considero que un estudiante que piense las condiciones de su clase le permitirían tener una mejor educación, ya que sería una educación más responsable. En otras palabras, el pensamiento es una potencia que surge de una necesidad. Cuando surge un
problema, lo primero que se enfrenta a él no son las manos, o las herramientas, o las matemáticas, sino nuestro pensamiento, y con él aparecen dos cosas: imaginación y libertad.

Si no podemos imaginar una posible solución al problema, entonces no podemos pensar el problema. Y si no podemos pensar el problema, no podemos liberarnos de él, porque no sabemos de su existencia en primer lugar. Por eso el pensamiento crítico no es abstracto, pero
tampoco algo inmediato. Es algo que llega con el tiempo, y que se va desarrollando.

Para terminar esta entrada, en los próximos blogs me enfocaré a hablar de distintos temas pero siempre con eje en mente: el juego. Insisto en terminar diciendo que la diversión es la primera actividad humana. Divertirnos incita a pensar, incita a movernos y a dialogar. Entre más cerrados estemos entre nosotros y neguemos la posibilidad del juego, menos podremos pensar. En otras palabras, una sociedad sana es divertida, porque los problemas no son un impedimento, sino un reto del pensamiento.

Emiliano García Sanz, estudiante de la Universidad Iberoamericana de la carrera de  Literatura Latinoamericana.

Mejoredu. Evaluación diagnóstica del aprendizaje de las y los alumnos de educación básica 2022-2023. Informe ejecutivo. Primera edición, 2023.

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